Después de los bolos y los mejillones cojo el coche y me planto en la Virgen del Mar. No sale en ningún libro, pero veo complicado que haya algún atardecer más bello que el que se deja ver en los días claros al pasar la ermita. Un bocata de rabas del Carpanta y una cerveza fresquita mezclados con el decorado componen la merienda perfecta. Vuelvo al coche y conduzco hasta La Magdalena. Me siento en cualquier trozo de prau (no "césped", meseteños), el menos húmedo para no mancharme el culo más de lo que mi pachonería exige, y toco nuestra nuestra canción. Llevo la guitarra de vuelta al Corsa par evitar desagradables pérdidas y me doy un cole. A las 20:30. Cuando el agua está calentita pese a ser 4 de enero, porque el Sol lleva todo el día calentándola. Me seco y guitarreo un poquito más. Otra vez al coche y subo a Peña Cabarga. Mi lugar favorito del mundo. Es mágico contemplar cómo al lado de la mar se yergue un gigante, verde, como todo lo que hay alrededor, de 600 metros de altitud. Casi un pared que termino de escalar 10 minutos de gasolina después. Absorto, con algo entre los dedos, veo como la ciudad se duerme y se enciende al mismo tiempo. Bajo a la ciudad y en la Plaza de Italia me compro un helado de Regma de chocolate y mandarina. Disfruto de la vista del Cantábrico. El sonido del mar apoyado en la valla que separa el paseo de la arena. La serenidad de las parejas del alboroto de los críos disfrutando de las horas muertas. Paseo hasta el Corsita por última vez. Subo, cojo mi móvil y voy al YouTube. Conduzco. Disfruto del camino de vuelta. Al final van a tener razón: como en casa en ningún sitio.
Pero esto no es estar en casa. Es sólo "como en casa". En casa sería lo mismo, pero en plural. Lo mismo, pero contigo.