viernes, 16 de octubre de 2009

Ik Ben God Niet: La sonrisa del jugón.

Se nos va con 34 años. Nació en los 70, sus gestas se fraguaron en los 90 y su recuerdo es inmortal. Estas son deliberadamente las palabras con las que he querido enfrentarme al fólio desde la fatídica noticia.

Efectivamente amigos, Frank se ha ido. He de reconocer que al principio me costó mucho asumirlo. Es más, realmente no me lo creía. Pero, con el paso de los días, estoy empezando a darme cuenta de que es cierto.

Ha sido un golpe muy duro para los que aún creíamos en su recuperación, los que soñábamos con volver a verlo haciendo de las suyas. Además, el palo nos viene en el peor momento posible. Confieso que si hace dos años me hubiesen dado esta noticia, sería el primero en decir "lo imaginé". Pero no ahora. No cuando después de años de drogas, alcohol, depresiones, estancias en psiquiátricos e intentos de suicidio, al fin parecía estar saliendo. Estaba siendo el más fuerte de esta carrera suya tan particular. Salió de todo aquello. Ese es el problema de todo lo anterior. Nunca sabes cuándo te va a pasar factura. Y a Frank le tocó el lunes.

Un daño aún mayor porque, más allá de la profunda admiración que sentía por él, tuve la suerte de conversar con él varias veces, tanto a través de MSN como de Facebook. Incluso quedamos para salir con la bici algún día juntos, cuando él viniera a concentrarse al norte de España en invierno. Al menos, y eso sí que nunca se me olvidará, me siento afortunado de haber intercambiado algunas palabras con el que ha sido uno de los principales iconos de mi juventud y una de mis grandes motivaciones a la hora de salir a pedalear.

Veo difícil que pueda volver a admirar a alguien tanto como lo he hecho con él. Vale que cometió muchos errores en su vida. Demasiados. Y que nunca supo comportarse. Pero no era mala persona. Al revés. Además de agradable con sus fans.

Y sobre la bici, bueno, qué decir de él. La elegancia, la clase personificada. El pedaleo redondo que todo el mundo busca. No golpeando los pedales hacia abajo, sino casi acariciándolos suavemente para invitarlos a subir. Sencillamente inigualable.

Frank era un genio. Y como todo genio, se consumió victima de sus propios miedos. Pero su recuerdo es imborrable para todos los que le vimos alguna vez. Un genio que no supo aguantar toda la presión que se cargó sobre sus hombros.

Frank será siempre un martir para todos los que merecieron una segunda oportunidad. Un icno, como lo ha sido para mí. Descansa en Paz, allá donde estés. Mientras, nosotros te recordaremos así. Como en la foto de arriba. Sonriendo.

"Yo tampoco soy Dios."

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